La finca del Duque de Wellington se trata de un caso bastante singular en la organización del espacio agrario granadino, debido a su considerable extensión y a que se ha tratado de una gran propiedad no vinculada a instituciones religiosas, las únicas en mantener explotaciones de gran envergadura en los terrenos rústicos más favorables de la actual provincia de Granada.
Lo que ahora existe es sólo un resto de lo que fue la finca el Soto de Roma, que cuenta con una larga historia. Estuvo vinculada a la familia real nazarí de cuyas manos pasó a la corona de Castilla, convirtiéndose en sitio de realengo utilizado como cazadero real y para el aprovechamiento forestal. Hasta el siglo XVIII gran parte de su delimitación estaba ocupada por tierras pantanosas, que comenzarían a ser roturadas a partir de entonces, aunque ya durante la guerra de Granada su arbolado había sido destruido por las talas masivas.
En tiempos de Carlos III las tierras en cultivo representaban unos 18.000 marjales. A partir de 1767 comenzó a implantarse en el Soto el régimen de colonia, instituyéndose que no fuesen alterados los arriendos ni removidos los colonos de las tierras y casas arrendadas. Ello ocasionó un crecimiento espectacular de su población, pues muchos pobladores de las tierras vecinas se trasladaron al Soto para convertirse en colonos. Posteriormente, el Decreto de la Regencia de 23 de julio de 1813 otorgó al duque de Wellington el Soto de Roma en señal de agradecimiento del pueblo y la corona por la ayuda prestada en la Guerra de Independencia librada contra las tropas napoleónicas, con lo que la finca perdió su condición de Real Sitio.
En la actualidad, la finca de la Torre continúa ligada al estado del duque de Wellington, mientras que ha desaparecido la vinculación jurídica de los colonos y sus tierras. Desde su traspaso a la familia británica los enfrentamientos entre los colonos y la casa ducal fueron frecuentes, ya que ésta tenía que aceptar las cláusulas del colonato, continuándose hasta el primer tercio del siglo XX. El régimen de colonato, con las ventajas derivadas para los aparceros, explica la fragmentación de la gran propiedad real que fue en origen y la coexistencia de dos tipos de explotación agrícola, con la consiguiente configuración del paisaje agrario, basado en una dispersión territorial de los diferentes usos productivos y residenciales.
La finca se organizaba en varios espacios como son: el Cortijo o Cortijada de la Torre, el Lagar del Duque, el Molino del Rey, el Molino de la Torre, el Cortijo de la Majada y las Casillas, cada uno de los cuales cumplía una función específica en la organización productiva de la finca.
La Cortijada de la Torre desempeña la función de señorío de la finca y en ella se concentran los usos de vivienda señorial albergando también la vivienda del encargado, capilla y dependencias administrativas, lo cual la convierte en el centro de actividad de la explotación. El conjunto se halla muy transformado por reformas realizadas a lo largo del siglo XX. Las reformas han afectado principalmente a la vivienda principal, que estaba conformada según los modelos de ‘villa neopalladiana’ como atestiguan fotografías de las primeras décadas de esa centuria.
Las distintas unidades se disponen de manera irregular, configurando un área de servicios en las traseras del emplazamiento, con las caballerizas, la capilla (de un diseño neogótico) y las oficinas, mientras que la vivienda principal ocupa la zona delantera planteando una fachada ante un jardín abierto el paisaje y con vistas a la explotación.
El núcleo de las caballerizas corresponde al cottage construido por el apoderado Hammick a partir de 1867 sobre la edificación original, que era una sencilla fábrica en aparejo mudéjar adosada a una torre medieval que servía como vivienda de los guardas de la finca del Molino de la Torre. El resto de los edificios de la Cortijada de la Torre escalonan su construcción a lo largo de los siglos XIX y XX. Las funciones de transformación agrícola se repartían entre el Lagar del Duque (lagar), el Molino del Rey (almazara) y el Molino de la Torre (aceña).
El Lagar del Duque se proyectó en 1867, dos años después de haberse plantado las primeras vides en la finca, aunque la construcción data aproximadamente de 1878. El proyecto original (publicado por Hammick) consistía en un edificio compuesto por dos alas paralelas destinadas a bodega adosadas a un cuerpo de edificación central, lo único que fue ejecutado.
La construcción del lagar formaba parte de un vasto programa de racionalización productiva de los terrenos del Soto vinculados directamente a la casa ducal. El programa iba acompañado de los correspondientes proyectos de renovación arquitectónica de los edificios existentes (como la Casa Real de Fuentevaqueros, rehecha en “moorish style”) y de la construcción de otros nuevos, a fin de convertir el Soto en “Wellingtonia”, una auténtica colonia agraria de la familia ducal.
El lagar obedece a un plan longitudinal con dos pabellones esquineros cuadrados, de dos alturas, que flanquean una nave rectangular cuya fachada se ordena axialmente a partir de una portada central con tímpano afrontonado, que enmarca un arco de medio punto sobre impostas resaltadas apoyadas en columnas enanas. La planta sigue un esquema distributivo que sitúa la bodega en la nave y el lagar en uno de los pabellones esquineros; la prensa era del tipo de las de caja y husillo accionada por un volante, con una poceta para la recogida del caldo. A su lado se disponía la lagareta, un sencillo ámbito delimitado por muretes de fábrica. La nave se subdivide interiormente con una fila de pilares a fin de apear mediante pendolones la hilera ajabalconada de la techumbre, una cubierta de mojinetes en la que los pares se arriostran también mediante jabalcones.
Los elementos decorativos presentes en las portadas, que semejan el repertorio románico, son los mismos que aparecen en la reconstrucción de la Casa Real de Fuentevaqueros según el proyecto publicado por Hammick y que él califica como “moorish style”, es decir estilo morisco. No es sorprendente que quien proyectase los edificios de “Wellingtonia” denominase estilo morisco a motivos más relacionados con la arquitectura pregótica, pues desde mediados del siglo XVIII en la cultura arquitectónica inglesa se había llegado a formular la filiación de las formas normandas con el arte sarraceno.
El Molino del Rey fue edificado, a la par que el acueducto que lo abastecía de agua, a principios del siglo XIX por Godoy, a quien se debe la plantación de olivos en la finca en 1806. Se construyó en origen para albergar cuatro prensas de viga, como señala P. Madoz. A partir de 1867 se ejecutaron obras de reparación y de nueva construcción en él, sustituyéndose las prensas de viga por otras hidráulicas. En 1880 se construyó un nuevo cuerpo para alojar el molino hidráulico, cuyo alzado responde a los modelos de la arquitectura industrial en ladrillo.
El núcleo primitivo consiste en un conjunto de naves, subdivididas las longitudinales por arcadas de medio punto, ordenadas en torno a un patio que conforma una planta en U. Es la parte que ha sufrido mayores transformaciones, al haber perdido su función inicial como molino. En uno de sus extremos se adosa el cuerpo edificado en 1880. Con dos crujías y planta rectangular, organiza sus volúmenes exteriores según una composición tripartita: un cuerpo central de mayor altura flanqueado por dos alas laterales cubiertas a un agua. Una nave auxiliar completa el conjunto y alberga cuadras y viviendas construidas en distintas fases.
La construcción del Molino de la Torre data del siglo XVIII, pues ya se menciona en un apeo de aguas realizado en 1775 y en el proyecto de Diccionario Geográfico de Tomás López, en donde se dice de él que es “de famosa fábrica, propio de su majestad”. Presenta una planta en L que distribuye los usos en dos zonas claramente delimitadas; en la delantera se sitúa la vivienda, en dos plantas, mientras que en la posterior se disponen el molino, en planta baja, y un oratorio, en la alta.
La fachada consiste en una galería de dos órdenes que ocupa todo el frente, con tres arcos de medio punto rebajados (cegados, excepto el que se corresponde con el ingreso). Ésta da acceso a un profundo zaguán dividido en tramos por arcos que ocupa las dos crujías delanteras y organiza la distribución de las estancias. El oratorio, que servía a la localidad de Alomartes durante la ejecución de su parroquial, realiza su cubrición mediante una cúpula fingida rebajada, con dos nervios que se cruzan en su centro, dando lugar a una clave decorada con cartela foliada y molduras curvilíneas. El molino es del tipo de los de cubo, con rodeznos impulsados mediante un salto de agua que transmiten el movimiento a las muelas cilíndricas. El edificio se adosa a una torre maciza, donde se sitúa el cárcavo para el salto de agua.
Además de edificios de transformación, existían en la finca otras instalaciones dedicadas a las distintas funciones agrícolas; entre ellas el Cortijo de la Majada y las Casillas, casas de pastores situadas en la parte más eminente del terreno.
El Cortijo de la Majada consta de un cuerpo principal con planta en U y patio trasero cuyo frente principal, orientado al sur, lo ocupa la vivienda, de dos alturas, a la que se adosan en las traseras dos naves destinadas a pajares. El bloque se inscribe en un gran patio cerrado en sus extremos por dos establos orientados en sentido longitudinal norte sur, repitiendo el esquema planimétrico en U. La fachada recibe un tratamiento que la aproxima a los modelos urbanos, con tres huecos ordenados, según tres ejes en planta alta y cinco en la baja. La construcción alterna fábrica en ladrillo y mampostería enfoscadas. En origen fue una casa de labor asociada a la explotación, transformándose con posterioridad los secaderos de tabaco con que contaba en establos, ya que asumió las funciones de vaqueriza para ganado de recrío.
BIBLIOGRAFÍA
TORICES ABARCA, N. y ZURITA POVEDANO, E. (1994) Inventario Cortijos, Haciendas y Lagares. Provincia de Granada. F. Olmedo Granados (Coord.) Junta de Andalucía. Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio.